31/05/2025
El arte y la cultura transforman la vida cotidiana en Buenos Aires: ¿qué hace el 95% de los porteños?

Fuente: telam
Un estudio reciente revela cómo la participación en actividades artísticas y culturales impacta positivamente en la salud física, mental y social, desafiando la idea del ocio creativo como un lujo
>“¿Qué efectos genera sobre nuestro bienestar participar en actividades culturales?” es la pregunta que introduce el reciente informe Cultura para la salud, realizado por la Fundación Medifé y un equipo interdisciplinario de investigación, invita a una reflexión necesaria en un presente sacudido por las consecuencias de la pandemia, la crisis sanitaria, la precarización del tiempo libre, los vínculos puestos en cuestión y una creciente oleada de discursos que, lejos de incentivar el arte y la cultura para promover el bienestar de sus ciudadanos, niega su importancia con pretextos de austeridad y achicamiento de gastos considerados innecesarios o poco productivos.
Desde hace años, organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS) o la OECD vienen explorando esta relación entre cultura y salud. El informe recoge, por ejemplo, el Culture for Health Report (2022), donde se afirma que “las actividades artísticas y culturales son importantes para promover la salud y el bienestar de las poblaciones, tanto a nivel individual como colectivo”. También cita a la OMS, que tras revisar más de 3.000 estudios, concluyó que el arte puede impactar positivamente en la prevención, el tratamiento y la gestión de enfermedades.
Uno de los resultados del estudio plantea: “Por un lado, la oferta cultural de la ciudad es numerosa y variada, tanto en términos de contenido como de infraestructura. Por el otro, sus habitantes y visitantes son asistentes, participantes y generadores de múltiples propuestas. Los datos de la encuesta que presentamos en este informe, además, confirman un dato contundente: en la Ciudad de Buenos Aires son muchas las personas que se forman en alguna práctica cultural, no con fines profesionales, sino para adquirir una experiencia que se conecta con el bienestar”.
Pero, ¿por qué hacemos cultura? ¿Qué buscamos cuando escribimos un poema, nos anotamos en un taller o bordamos un tapiz? La licenciada Mariana Trocca, especialista en salud mental, responde desde su propia experiencia: “Creo que hay allí algo del orden de lo infantil, en relación con lo lúdico, a la risa, que no tiene que ver con lo estructurado ni lo solemne. Ese encuentro con otros produce placer y da bienestar”.
Sin embargo, la cultura no solo entretiene, sino que también vincula, estimula, repara. La doctora Virginia Montero, desde su rol en prestaciones médicas, lo confirma: “Las prácticas culturales mejoran la neuroplasticidad y la memoria; implican lazo social, salir del aislamiento, recuperar la motricidad. Son fundamentales para niños, jóvenes y adultos mayores”.Uno de los grandes aciertos del informe es haber incorporado historias personales, donde la cultura se vuelve un acto de resistencia, gesto de cuidado o forma de reencuentro con la vida. Son relatos profundamente humanos que ilustran los efectos subjetivos de la práctica artística.La historia de Débora Staiff, gestora cultural y artista, es otra de las historias conmovedoras presentes en el informe. Tras un diagnóstico de cáncer, se reencontró con el bordado y descubrió el sashiko, una técnica japonesa que no busca corregir los errores, sino incorporarlos a la trama. “En el sashiko no hay undo, no se corrige porque no hay errores. Se trata de desarmar un sistema de ideas. El bordado me sanó el alma”, confiesa.
Allí, vecinos de todas las edades, sin formación profesional, hacen teatro, cantan y construyen juntos obras que hablan de la historia argentina y de sus propias vidas. “No queremos hacer arte pobre para pobres ni que nos vean como vecinitos pintorescos. Queremos ponernos en valor”, dice Nora Mouriño, directora del grupo.
Lo que se vive en Catalinas va más allá del escenario: “El bienestar aparece desde la idea de que todos podemos hacer algo. Nadie se queda afuera, y eso ya garantiza una sensación de realización, de crecimiento”, afirma el director musical Gonzalo Domínguez. Su hija Juana, nacida en el galpón de ensayos, resume: “La gente encuentra acá una contención a todos esos monstruos que tenemos en el trabajo, en la casa, en la calle. Cuando te maquillas, te cambiás, se genera un ambiente que contiene y da bienestar”.Además, la dimensión territorial importa: el barrio, la cercanía, el espacio público se consolidan como escenarios fundamentales para la cultura. Las plazas y parques son los espacios más mencionados como centros culturales informales. Esto adquiere aún más relevancia en sectores de menores ingresos, donde el acceso a salas y espacios formales puede estar restringido por cuestiones económicas, de tiempo o cuidado. Entre las demandas más expresadas por la ciudadanía figuran más talleres, cursos, actividades al aire libre y propuestas culturales accesibles en los barrios.
Es allí donde es más fácil establecer la relación entre cultura y bienestar, ya que muchas de las actividades culturales que emprendemos no están asociadas a la búsqueda de trabajo, o a la formación profesional, sino que están relacionados con el estar con otros, aun si desarrollamos una actividad en soledad, porque es en el terreno del ocio y de la búsqueda creativa que uno aprende de mejor manera que para volver a la escena formal del trabajo y la vida cotidiana, el espacio cultural resulta edificante, crea lazos, genera nuevas ideas, despierta intereses y vocaciones y nos ayuda a regresar a nuestras tareas con otra predisposición. Por eso, una de las propuestas más audaces del informe radica en la idea de que los profesionales de la salud prescriban actividades culturales, del mismo modo que recomiendan alimentación saludable o ejercicio físico. Si está comprobado que escribir, cantar o bailar mejora el estado de ánimo, reduce el dolor y fortalece el sistema inmunológico, ¿por qué no incluirlo en la medicina preventiva?Cantar, escribir, tejer, actuar, leer en voz alta, ensayar un personaje, pintar, compartir una canción... En cada una de estas acciones vive algo más que un pasatiempo: vive la posibilidad de repararse, de vincularse, de narrarse de nuevo. Frente a un mundo cada vez más fragmentado, la cultura aparece no como adorno, sino como tejido social, refugio afectivo y territorio común.
Como bien lo recuerda Mariana Trocca: “...la cultura es un estímulo para salir, y en la medida en que uno sale y se mete en un taller de macramé, de teatro, de literatura, de lo que fuera, eso implica un lazo con el otro, con todo lo que eso trae a favor”.
Fuente: telam