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16/11/2025

Cuatro travesuras desconocidas de Scaloni: el “loco de la moto”, la marca del “kamikaze” y la picardía por la que lo expulsaron del colegio

Fuente: telam

El líder de la selección argentina campeona del mundo y de América fue un niño y adolescente inquieto. “Era insoportable”, supo autodefinirse en su biografía oficial

>Lionel Scaloni generó una verdadera revolución en la selección argentina. Con Pablo Aimar, Roberto Ayala y Walter Samuel como laderos, le reabrieron las puertas a los títulos, con una identidad que brota de los potreros albicelestes, y la humildad y el trabajo como banderas. Detrás de este líder sensible, de lágrima fácil, cultor de armar buenos grupos (ya desde su época de jugador) y simple tanto en el discurso como en lo que demanda de sus dirigidos, hubo un niño y adolescente revoltoso. Sin maldad, pero siempre dispuesto a la travesura. Así quedó al descubierto en Aquí, cuatro historias que reflejan las diabluras del Scaloni joven, cuando con el pelo largo desandaba los campos de juego de Pujato, antes de su debut en la élite con apenas 16 años en la Primera de Newell’s.

Nuestro protagonista ha sido un hombre inquieto desde pequeño. Ya veremos que en su currículum tiene más escuelas donde estudió que clubes a los que dirigió. Uno de sus pasatiempos predilectos era la pirotecnia. “Mi papá decía que, si queríamos comprar cohetes para Navidad, teníamos que vender lechones -repasa-. La faena era horrible, es el día de hoy que no me gusta cómo se mata a los animales. Eso, igual, lo hacía mi hermano; yo después los metía en la lata de agua hirviendo y lo pelaba con una bolsa de arpillera, todo para ganar unos pesos y poder comprar cohetes. Los chanchos eran nuestros. En los pueblos era normal que la gente venda, íbamos preguntando casa por casa, ya vas teniendo tus clientes. Con el tiempo me puse un kiosquito en la casa de mi abuela, con una ventana que daba afuera, y ahí vendía cohetes y petardos. Los íbamos a comprar a la fábrica, que estaba en Álvarez, a 20 minutos de Pujato, porque ahí teníamos ventaja de precio y podíamos hacer la diferencia. Siempre me gustaron los cohetes. Cuando íbamos a las carreras de TC con mi tío, mi viejo y mis primos, llevábamos bombas de estruendo, las tirábamos abajo de los camiones y hacían un ruido tremendo, cosas de chicos. La gente que dormía en los camiones se asustaba y mi viejo nos recagaba a pedos... Cuando se enteraba, claro”. A Leo le gustaba hacer lío.

-Era un loco de la moto, siempre me gustaron. Todos mis amigos tenían moto y yo le insistía a mi viejo para que me comprara una; el tema era que nosotros no teníamos capacidad económica. Al final, con mucho esfuerzo, le compró un scooter a Di Prinzio, un amigo de la familia que nos dio facilidades, nos dejó pagarla como en 20 cuotas. Después cambiamos por una Honda MX, tipo cross. A mí me encantaba hacer la Gran Willy y llevarla en una rueda muchos metros. Una locura. Iba enfrente del boliche, me creía el vivo del pueblo, hasta que una vez me enganchó el cordón de la zapatilla en la palanca de cambios, me giré y rompí toda la moto. encima la teníamos a medias con mi hermano. Mauro estaba recaliente.

-¿Tus viejos no te decían que dejaras de hacer eso?

-¿Te reconocieron?

-¿Qué edad tenías?

De la escuela 227 de Pujato lo invitaron gentilmente a retirarse después de que el muchacho no se le ocurrió mejor idea que tirar unas actas al inodoro.

-No quedó claro cómo descubrieron que habías sido vos el que tiró las actas al inodoro.

A confesión de parte...

-En cada conferencia de prensa que das, suelo detenerme en la cicatriz que tenés arriba de la ceja izquierda, ¿de cuándo es?

-Esta me la hice jugando en Newell’s, no sé, a los 10 u 11 años. Fue en ADIUR, una cancha de Rosario. En esa época tenías que firmar planilla en una mesa que ponían al costadito de la cancha, cerca de la línea del medio. Y la mesa la dejaban ahí; supongo que eso habrá cambiado ahora. La cuestión fue que en una jugada venía corriendo con todo, pasé de largo y me pegué con el borde de la mesa en la ceja.

-Nooo. Yo seguí jugando... Era un guerrero, un kamikaze, me pusieron la gotita, pegaron y seguí jugando. El problema fue que después, cuando me pusieron los puntos, me metieron uno menos y por eso quedó la cicatriz acá, que todavía se nota, sonríe el DT, mientras se pasa un dedo por la marca que aún perdura.

Fuente: telam

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